El Calvario de Toluca, Enclave Histórico

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El Calvario de Toluca, Enclave Histórico

Lunes, 24 Junio 2024 00:00 Escrito por 

Hoy hablaremos de un cerro ubicado prácticamente en el centro de nuestra bella ciudad, donde es parte de la historia y ha sufrido varias modificaciones en sus remodelaciones: El Calvario Enclave Histórico:

Dentro del perímetro del Centro Histórico de nuestra bella Toluca, en un rectángulo enmarcado por las avenidas José Vicente Villada y Andrés Quintana Roo, así como las calles de Valentín Gómez Farías y Horacio Zúñiga, se alza una eminencia geográfica, un cerro que, a pesar de los cambios que ha sufrido la nomenclatura citadina, sigue siendo identificado con el nombre de El Calvario, aunque también ha recibido, sucesivamente, las denominaciones de Cerro de Oviedo y Parque Matlazinca; desconociendo si en la época prehispánica, tuvo algún otro nombre.

El Calvario nombre que alude al promontorio pétreo, al antiquísimo barrio y a la parroquia que corona su cima, es por supuesto una asignación que se remonta a la época de la evangelización en el Valle de Toluca, labor realizada por la orden de los franciscanos, llegados a este lugar al inicio del segundo cuarto del siglo XVI. Entre los misioneros de esta orden, hay que detectar los nombres de fray Antonio del Castillo Flanco, fray Alonso Ortiz y, sobre todo a fray Andrés de Castro, quienes tuvieron mucho que ver con la evangelización de esta zona. Rafael Díaz Niese, cuando fue director de Bellas Artes en la República Dominicana, estudió el primer monasterio construido en América: el de San Francisco, en ciudad Trujillo. Al respecto, evoca al poeta danés Johannes Jorgensen, en sus peregrinaciones franciscanas por Umbría y la Toscana, para destacar el hecho que los franciscanos tuvieron un gusto exquisito para elegir los sitios donde establecieron sus fundaciones. Al respecto, Díaz Niese (1944) afirma que, en efecto, el Seráfico Padre fundador de la orden tuvo siempre el cuidado de demorarse en los más recónditos valles, frente a los panoramas más clásicos y serenos, más sutilmente evocadores de su noble tierra natal.

No sabemos hasta donde esta preocupación de los franciscanos pudo haber influido en el caso de Toluca. Sea como fuere, el convento de la Asunción de Toluca se levantó inmerso en el impresionante paisaje del altísimo Valle de Matlazinco, señoreado por el volcán Xinantécatl y bañado por el río Chignahuapan, después llamado Lerma. Este último, a fray Andrés de Castro, le debe haber recordado al río Arlanzón, que bañan llanuras de la región burgalesa de Castilla la Vieja, donde él había nacido. Desde la cima de El Calvario se tiene una espléndida vista de 360 grados. El paisaje de recoleta tranquilidad, de austera poesía y la majestuosa solitud, debe, asimismo, haber producido una fuerte impresión en los misioneros. Por otro lado, es importante recordar que una de las devociones principales de los franciscanos llegados a la Nueva España era la Pasión de Jesús.

Así, los frailes, cuando les era posible influir en la elección de los lugares en donde erigir sus fundaciones, procuraron que sus templos y conventos estuvieran cerca de alguna prominente geografía que rememorara el lugar de la crucifixión de Cristo, y, de ser factible, que la distancia entre esta y aquellos fuera equivalente a la Vía Dolorosa: el trayecto que recorrió Jesús con la cruz a cuestas. Es posible suponer, por tanto, que aquellos primeros misioneros hayan colocado una cruz en la cima de El Calvario y que, a partir de entonces, se le haya conocido con ese nombre que lo vincula, estrechamente desde el punto de vista religioso, con el convento de la Asunción de San Joseph de Toluca. Roque Barcia, en su célebre libro referente a sinónimos castellanos (1958), nos dice que Golgota y Calvario son nombres que designan la humilde colina de la Judea en la que tuvo lugar el sacrificio de la cruz. La diferencia es su origen: Golgota es voz hebrea; Calvario viene del latín cadere, al igual que calvez o calvicie. Este monte era llamado así por no tener malezas en su cumbre; es decir, por tener calva la cabeza.

 

el calvario toluca

 

Así pues, El Calvario de Toluca permaneció, haciendo honor a su nombre, lampiño de vegetación por muchos años; hasta hace poco tiempo, acaso cincuenta años o un poco más, fue poblado artificialmente de diferentes especies de arbustos, árboles y otras plantas. Durante la etapa novohispana, alrededor de El Calvario, se fue conformando el barrio que adoptó ese mismo nombre; tenía como núcleo una capilla, en torno se fue dando la convivencia vecinal. La capilla que conocemos actualmente y que, seguramente, sustituyó a otra más primitiva, probablemente del siglo XVI.

El arquitecto Vicente Mendiola (1829) la describe, comentando que cuenta con una portada de medio punto con archivolta y una especie de alfiz, que adquiere la forma de marco con una pequeña cornisa superior; más arriba tiene una pequeña ventana rectangular, con moldura de arco y un signo “M” el símbolo de la Virgen María. A cada lado de la puerta, se encuentran pilastras con nichos, rematadas en forma piramidal. Todo el conjunto es rematado por una bella espadaña, con dos arcos inferiores y uno superior, con imposta. En los años sesentas y setentas del siglo pasado, el pequeño templo fue restaurado; se construyó una especie de atrio ajardinado y, más abajo, una plataforma escalonada que realza la modesta capilla. El emplazamiento de la capilla, por otro lado, es poco común, puesto que la fachada y, por añadidura, su puerta, están orientadas hacia el noroeste. Esto provoca que se pueda trazar un eje imaginario que la une con el templo del antiguo convento de la Asunción. En este eje intangible, se interpone, encima de otro de los riscos del cerro, una enorme cruz que se yergue sobre una peana cilíndrica de cal y canto, en la que hay una inscripción con la fecha “6-21-1931”. Con toda seguridad, está también sustituyó a otra u otras cruces más antiguas. La primera debe remontarse a los orígenes del franciscanismo en Toluca.

En la matrícula de casas de San Joseph de Toluca y del barrio de San Juan Evangelista, documento que data de 1725 y que fue estudiado por el historiador local Javier Romero Quirós (1982), aparece ya el Callejón del Calvario y registra las casas de Juan Manuel Salguera, la de Joseph de Santiago, la casa y solar de las Vicentas, la de Miguel Diad El Fino, la de Diego Flores y la de Juana de la Rosa. Para 1791, El Calvario ya tenía accesos importantes. Menciona el padrón general; tres callejones: el que sube al Calvario, con ocho casas; el callejón que va al pie del Calvario, con tres casas; y el callejón de la puerta del Calvario, con seis casas.

Fue en 1811, en vísperas de la instalación del primer ayuntamiento Constitucional de Toluca, suceso cuando El Calvario vivió el hecho más dramático de su historia, mismo que, posterior e indirectamente, le hizo perder su antigua designación religiosa en favor del nombre civil del Cerro de Oviedo; en julio de ese año, el insurgente José María Oviedo, junto con muchos otros valientes, se batió en una encarnizada y desigual lucha contra el ejército realista. Una vez perdido el combate, Oviedo fue fusilado al lado de cien prisioneros más. el nuevo nombre del cerro, como ya se ve, proviene del nombre del militar.

Por otro lado, durante la segunda mitad del siglo XIX, los vecinos del barrio de este famoso y referente cerro tuvieron que enfrentar diversas situaciones que afectaba su vida cotidiana. Al respecto, en el Archivo Histórico Municipal de Toluca, existe un documento que permite saber que, en 1850, algunos vecinos del barrio de la Merced se oponían a que se tiraran algunos magueyes y se remetiere una barda para ampliar una vereda de El Calvario, por lo que solicitaban una visita para que el Ayuntamiento no accediera a esa orden dada por el Prefecto. Entre los solicitantes estaban Hilario Crescencio, Hilario González, Julián Vega y Simón Velázquez (el nombre de este último un aguerrido liberal conocido con el sobrenombre de La Simona) se le asignó el último tramo de la hoy avenida Villada. Otro documento, este de 1871, que también se guarda en el archivo ya mencionado, registra la petición de los vecinos para que ya no se extrajera piedra del frente de la capilla porque se comentaba, está en ruina por la mucha que se ha sacado. Del mismo año data otra solicitud que confirma el carácter de cantera que había adquirido la antigua capilla; en ella, los vecinos solicitaban que se les repartiera en fracción, dicho cerro que, por derecho histórico, poseían en común.

Después de ciertas demoras que produjeron el disgusto de la Jefatura Política de Toluca, se dictó el acuerdo marginal: en este se aceptaba que era real y positivo que los vecinos habían disfrutado del cerro El Calvario en común, pero se pedía que se tuviera en consideración que el Ayuntamiento tenía de reservas pedreras para poder cubrir el abasto de ciertas obras materiales indispensables para la ciudad. De hecho, el Templo de las tres naves de San José el Ranchito, construido a finales del siglo XIX, ubicado en la esquina sureste del cerro, fue edificado en gran parte, con piedra extraída del cerro de El Calvario. Para los años noventa, este continuaba siendo una importante cantera para la ciudad, con todo lo que implicaba para bien y para mal. Don Mariano Galván Rivera (librero y editor mexicano del siglo XIX) 1926, por ejemplo, registraba que el 4 de julio de 1895, se provocó una alarma en Toluca con motivo de haberse desprendido al medio día en el cerro de El Calvario un gran block de sedimento arcilloso, en unión de tres grandes rocas, causando la muerte de tres trabajadores que en ese momento ahí se encontraban. Ya en esas fechas los vecinos de la zona.

El inicio del siglo XX, trajo cambios importantes en el cerro de El Calvario, sobre todo en su costado oriente. Durante la Revolución Mexicana, el cerro volvió a ser sitio estratégico; ahí se instalaron las baterías federales que apuntaban hacia el sur, baluarte zapatista. También se comenta que Gustavo Baz, gobernador del Estado en su etapa de militancia en este grupo estuvo resguardado ahí, en 1915, cuando las tropas carrancistas del Ejército de Oriente, comandadas por Pablo González, irrumpieron en Toluca. La segunda vez que Gustavo Baz fue gobernador del Estado (1957-1963), convirtió el legendario Calvario en el Parque Matlatzinca; esto motivó que se dijera que lo había hecho así, porque quería mucho al cerro El Calvario, porque ahí se había escondido y salvado su vida, lo que el afamado doctor desmentía, haciendo gala de buen humor. Al consolidarse la avenida que desemboca en el Paseo Colón, y después de llevar varios nombres por tramos o cuadras, en mayo de 1904, a la muerte de José Vicente Villada, se le llamó, en toda su extensión, con su nombre.  Sobre la acera de esta avenida, en su última y enorme cuadra, solamente se abría el ascendente acceso a la cumbre, hoy calle de Oviedo, y una estrecha privada, casi frente al templo de El Ranchito, en donde el ingeniero Vicente Suárez Ruano, el mismo que en 1910 proyecto el hermoso edificio de la Centenaria y Benemérita Escuela Normal de Profesores, construyó seis años después dos casas, ambas ostenta aún, el número 109 de la antigua numeración, en medio de ellas, Suarez Ruano diseñó un arco que las une y sirve de acceso a la estrecha callejuela que conduce al cerro en referencia. Este arco sigue funcionando como un importante acceso a El Calvario. (cabe mencionar que en una de estas dos casas fue de mis padres, donde el que suscribe vivió parte de su niñez y adolescencia teniendo grandes recuerdos).

A mediados del siglo XX el barrio de el Calvario vivió una intensa vida cotidiana plena de matices tradicionales. Sus fiestas del tres de mayo, día de la Cruz, son un claro ejemplo. Ese día y la víspera, los vecinos preparaban atole y tamales que se repartían en torno de las fogatas y luminarias que se encendían, casi en cada puerta, flanqueando el camino hacia la cruz en la cima; también durante el triduo de la Preciosa Sangre, estaban los vecinos prestos a participar en las procesiones del Señor y del Niño del Calvario, ambas imágenes hechas de caña. En estas procesiones que aún perduran, los hombres cargan al Cristo crucificado, en tanto que las mujeres portan el nicho que resguarda al Niño. Antes todo era acompañado por una típica banda de viento, formada por hombres ataviados con hermosos y abrigadores gabanes; las mujeres lucían trajes regionales y las niñas y los niños, vestidos con indumentaria indígena, portaban ofrendas en pequeñas canastas y huacales.

 

festividades el calvario

 

Por otro lado, durante las posadas navideñas, los niños del barrio eran atraídos por las famosas y pintorescas piñatas que elaboraba doña Rosarito, destacada artesana de la calle principal, cuyas efímeras obras de arte popular, invariablemente, tenían forma de pato. Para los vecinos también era motivo de orgullo el enorme caudal de exvotos y milagros de platería que se acumulaban en los muros de la pequeña capilla, como muestra de agradecimiento por favores recibidos. De igual manera, niños y niñas acudían, durante todo el mes de mayo a ofrecer flores. Hasta la mitad del siglo pasado, niños y jóvenes acudían a aquel cerro con la emoción de penetrar en la Cueva del Diablo rescoldo franciscano de tradición oral o bien para hurtar cañas de las milpas cercanas de los ranchos que limitaban al cerro, o para recolectar tejocotes, jaltomates, tunas y hasta chabacanos, o para escuchar historias de la Llorona, narradas en voz de los lugareños, o para probar puntería con la resortera, recolectar especies vivos como lagartijas, azotadores, medidores, camaleones, culebritas y, con mucha suerte, hasta un cacomixtle o ardilla. Asimismo, en los meses de febrero y marzo, en la cima del cerro, gozaban la excitante sensación de volar un papalote. De igual manera, cabe preguntarse: ¿Cuántos estudiantes institutenses y universitarios no habrán pasado por El Calvario en días de pinta o etapas de cortejo, enamoramiento y noviazgo?

En 1947, al ejecutarse obras de almacenamiento de agua potable para la ciudad, se construyó el tanque de El Calvario. Con una capacidad de cinco millones de litros, fue inaugurado por el presidente de la República don Miguel Alemán Valdés, el 20 de noviembre de 1950. Esto provocó la desaparición de la llave de agua; especie de fuente pública, que se encontraba en la esquina sureste de Villada y Heredia (hoy Gómez Farías). Aquella llave pública, conocida por la gente del barrio con el curioso nombre de “el bitoque”, era la que permitía que los habitantes del Calvario se abastecieran de agua, por medio del servicio de aguadores, quienes llevaban el líquido hasta cada una de las viviendas, mediante el uso de aguantadores. Con la desaparición de esta toma, se extinguió, también, la vida de doña Mariquita Muñoz, singular personaje que vivía en la casa que ocupaba el terreno triangular que se forma entre la avenida Villada y la llamada subida de Oviedo. En el imaginario del barrio, Mariquita es recordada como una ancianita cuya obsesión era mantener perfectamente barrido el frente de su pequeña, humilde y colonial casona; por lo anterior, aborrecía el paso de los transeúntes que pudieren dejar el más leve rastro de basura y cuando alguien osaba sentarse en los escalones de su puerta, la venerable mujer, luego de astibar tras el vetusto visillo de su único balcón, salía portando una cubeta vacía, aseguraba el cerrojo de su puerta con una antiquísima llave, atravesaba caminando pausadamente la avenida Villada, llegaba hasta el bitoque, que estaba en la siguiente esquina, esperando pacientemente su turno, llenaba su cubeta, regresando y llevando dificultosamente su pesada carga en su mano, entraba nuevamente a su casa, atrancaba la puerta, y, entonces, sigilosamente, vertía por debajo de la puerta el contenido de su cubeta para mojarles el trasero a quienes se habían atrevido a reposar en aquellos escalones, mudos, testigos de tan repetida práctica. La muerte de Mariquita fue como el preludio de la muerte del ambiente tradicional del barrio, de su cohesión social solidaria. Barrio en donde los vecinos   Macías, Cruz, Alegría, o de cualquier otro apellido, se unían en la fiesta o el duelo.

Fraccionamientos modernos de interés social o residenciales, fueron ocupando los terrenos de las antiguas milpas aledañas. El 5 de mayo de 1958, con la inauguración de las primeras obras de acondicionamiento como parque público, El Calvario inició su otra etapa de vida. El entonces gobernador Gustavo Baz, ordenó la rehabilitación del lugar, encomendando al doctor Samuel de la Peña en transformar en parque aquel agreste lugar; así, el pequeño monte que emerge en la planicie del casco urbano toluqueño, dejó de ser el antiguo barrio de vida exclusivamente vecinal, para convertirse en un sitio de disfrute comunal, con miradores panorámicos, caprichosas veredas, rampas y escalinatas, jardines, bancas, quioscos, juegos infantiles, un teatro al aire libre, plazoletas, estanques, fuentes, estatuas y una escuela de artes plásticas. Destacada la plazuela del tiempo que cuenta con un reloj sol, una correlación del año mexicano con el calendario actual y dieciocho basamentos que contienen los meses del año prehispánico. Más tarde se abrió el Museo de Ciencias Naturales.

También hoy en día El Calvario puede admirarse una escultura del rey-poeta Nezahualcóyotl, obra del artista Mario Zamora Alcántara, tal como lo imaginó el cronista “Sentado, frente al estanque de aguas diamantinas donde el rey gustaba aposentarse para ganar el sitio silencioso y del frescor del ambiente”. Este parque en sus numerosos prados, cuenta con flora propia de Toluca, rosas, lirios, azucenas, hortensia, agapandos, truenos verdes, rocíos, alcatraces, clavos, coronas de Cristo, platanillos y yerbas del Ángel, de esta última Garrido, hace 130 años, ya decía que abundaba ahí otras especies que han sido introducidas como: hiedra pinta, isus, bandera, piracanto, Tulia y hiedra verde, entre otras.

Para finalizar en septiembre del año de 2004, en la cúspide del cerro de El Calvario fue colocada una monumental asta bandera, donde ondea majestuoso nuestro lábaro patrio. Pocas ciudades en el mundo pueden preciarse de tener en el centro de su tejido urbano, una acrópolis de este tipo, con esa importancia histórica; así que El Calvario es, desde luego un motivo de orgullo para Toluca y los toluqueños.

Gerardo Novo Valencia

Cronista Municipal de Toluca

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Gerardo R. Ozuna

Toluca: Rescatando identidad